jueves, 27 de marzo de 2014

Santuario

Nos refugiábamos en tu habitación,
donde se mezclaban
el rosa,
las púas sin usar
y las camisas a cuadros que me robabas.
La cama estaba rota
pero no nos importaba:
desde el suelo, el lugar parecía más alto,
nosotros más pequeños,
como antes.
La puerta apenas abría.
Mejor.
No podían entrar a molestarnos.
Adentro había CDs,
tabaco para la cachimba, Bukowsky y ácidos,
no queríamos salir.
Habitábamos cuatro paredes
de destrucción y optimismo,
donde tu niñez se arrugaba en un placard.
Dormíamos mirando entradas en un telgopor
-siempre me dieron impresión,
me recordaban polillas clavadas con alfileres-
y guitarras
que intentábamos tocar.
Cuando te fuiste a estudiar
tu madre ordenó un poco,
pero todo quedó casi como estaba.
A veces tus padres visitan el lugar.
Extrañan a la nena
y esperan que vuelva

a su Santuario

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